«Posiblemente las mejores judías del mundo«, unas alubias de origen asturiano cuya característica visual más llamativa es su color verde pálido. Son de tamaño pequeño e inversamente proporcional a su precio, que me recuerda al caviar de las legumbres.
El sabor es suave, como su carne, lo que aconseja acompañarlas con ingredientes menos potentes que los habituales de una fabada (de chorizo y morcilla nada de nada), quizá el plato más conocido es el de verdinas con almejas.
Como todos los ingredientes cuando pasan por los libros de historia, todos los orígenes son posibles, desde sudamérica hasta nuestro vecino del «Oui, oui, je suis», pero me quedo con la idea de que Asturias (y más concretamente la zona de Llanes) es su Tierra natal y el origen de este manjar.
Si se hacen bien, su textura es inigualable, son tiernas y suaves como la mantequilla, de sabor sutil y de color vivaz. Como todas las legumbres es aconsejable dejarlas en agua un mínimo de seis horas antes de su elaboración. Pero si se te olvidan varios días, puedes incluso comerlas en ensalada, pues tal es su textura que se ablandan hasta poder comerse crudas (no es un consejo, ni tampoco una sugerencia, ya que para apreciar su auténtico sabor hay que cocinarlas y aún así alguno va y se las calza tal cual).
Normalmente se preparan bajo un caldo de verduras y tras su cocción se añade el ingrediente que lo acompaña en el último momento (almejas, bogavante, setas, pato,…), pues absorben rápidamente el sabor de su acompañante, de esta forma la verdina no pierde su sabor característico y sigue siendo la artista protagonista (pero «Comme vous voulez» o si el traductor de google no se equivoca «como vos queráis»).
Último consejo que siempre te daré, asegúrate de que las verdinas no tienen más años que Espinete, sería una pena que un malintencionado tendero arruinará un maravilloso plato, medio kilo de verdinas aportan nutrientes y felicidad a seis comensales cuanto menos.
2 comentarios en “Verde que te quiero verde”