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Mi adiós agradecido al mayor seguidor y más fiel fan que he tenido

Cimarrón y Koke

Cartel de YouTube

Con los ojos humedecidos escribo estas palabras. Los que leéis este blog sabéis que no es un proyecto profesional, sino personal y por ello he decidido dedicar unas palabras de agradecimiento a mi mayor fan, mi fiel seguidor: CIMARRÓN. Un amigo que me ha acompañado durante 15 años y ha probado si no todos, casi todos los platos que he elaborado. Siendo sinceros, algunos simplemente los ha robado de la encimera (apropiación indebida), los ha sustraído de la nevera (robo a patas armadas) o de cualquier otro lugar que pudiera resultar un reto para cualquiera, pero a él no. Siempre fue un luchador infatigable, siempre sucumbió a la tentación que disparaba su oledora, siempre me acompañó… siempre.

Cimarrón, mi amigo que nunca me hizo una mala crítica

Es cierto que no era un buen crítico, ingería todo lo que ante su negro hocico se acercaba y si el alimento estaba más allá de un palmo, el continuo olfateo de su trufa indicaba que había presa cerca. Daba igual si era fruta, ave, carne, legumbre, pasta,… todo era una tentación para la gula descontrolada, hasta la lycra, el poliéster o el algodón. Era muy motivador preparar comida y esperar su opinión ya que la respuesta era siempre la misma: «Más, dame más, sí, sí» me lo decía con la mirada inconfundible de deseo y esa pequeña colita siempre en frenético movimiento.

El sonido de la apertura de la nevera le despertaba cual resorte, incluso después de una agudizada sordera por el transcurso de los años, su ahogado oído era tan selectivo que seguía reconociendo esa señal, como todas aquellas relacionadas con la comida: los cubiertos en el plato, el armario de la despensa,…

Cocinando en casa con sus ojos en la nuca

Hay algo más rápido que la luz y lo puedo demostrar. Era pulsar el interruptor de la cocina y antes de que la electricidad diera vida a los focos, allí aparecía él, aunque se encontrara en la otra punta de la casa. Se oían las patitas del buen can camino de su cita con las viandas, en alguna ocasión con pasada de largo y derrape incluido. Eso de mover las patas en el aire a gran velocidad y no desplazarse os aseguro que no es una invención de los dibujos animados.

Allí se colocaba como una figura de porcelana, con cara de tristeza infinita y de hambre de verdad, de esa que provoca un sentimiento de culpa por no darle comida suficiente para poder sobrevivir. Era un gran actor, el mejor, su rostro te conmovía y si no caías en el juego tenía un par de ases en la manga: El lamento infinito, un lloro de prolongado sufrimiento que te rasgaba el alma… tenso momento de espera por si se obtenía el resultado deseado y de no ser así, el uso del arma definitiva, una lágrima furtiva con perfecta caída de ojos… una interpretación de primera.

Un gran estratega y muy hábil en sus intervenciones

Aún estando malo y cuando digo malo, me refiero al borde de ser visitado por la parca, era capaz de levantarse sobre sus patas traseras para inspeccionar la encimera y erguir su cabeza como un periscopio, desplegar su lengua con desmesura y atraer hacia su garganta todo lo que en un radio de alcance parecía imposible. En cierta ocasión este fue el sistema para apropiarse de un kilo de pechugas de pollo congeladas de unos buenos amigos (ni siquiera en casa ajena podía contenerse) que aunque fueran de difícil digestión le permitía tumbarse sobre el suelo y mostrar una sonrisa de satisfacción por haber cumplido su misión.

Cuando cogía el cuchillo, se colocaba en un lugar táctico, controlando cada uno de mis movimientos, sin estorbar y paciente, con la cabeza gacha pero sus ojos marrones atentos por si cometía algún error. Caería entonces algún resto al suelo, alguno pedazo que obviamente se adjudicaba como propio, era constante y perseverante, por supuesto, una agradable compañía aunque no lo notaras, estaba allí expectante. En todos estos años puedo decir que siempre cociné acompañado y que nunca tuve que recoger nada comestible del suelo.

Evolución y adaptación al entorno

Siendo cachorro descubrimos su pasión por la comida, con el sonido del pienso cayendo en el recipiente se volvía loco dando vueltas sobre si mismo, una, dos, tres,… no paraba. De adulto tenía la misma rutina cuando regresábamos del paseo matutino y nos metíamos en el ascensor, preludio de la cercanía del desayuno… pero no se emocionaba con los piensos, así que dejaba la comida de marca a un lado, disfrutaba de un buen trozo de fruta u hortaliza y luego ya daba cuenta del comedero.

El asaltador justiciero

Primero fue el asalto directo sobre el mármol de la cocina, por supuesto el objetivo siguiente fue la mesa del comedor. Desde muy pequeño mostró grandes habilidades más allá de lo razonable. La puerta de la nevera no resultó un reto complicado, no recuerdo si fue al año de estar con nosotros cuando las compañías eléctricas me felicitaron por la factura emitida gracias a este electrodoméstico que era frecuentado constantemente por el «asaltador justiciero» (su carita parecía incluso que llevara una máscara para no ser reconocido).

En ocasiones no le hacía falta ni abrir la nevera, me viene a la memoria cierta tarde que al entrar en casa viví la versión cánida del cuento de Hansel y Gretel, pero en vez de miguitas de pan señalando el camino, tetra brick de un litro de leche, uno tras otro hasta llegar al sofá que culminaba con un vampiro sediento de lácteos, gotas de leche entre sus colmillos y con todo el pelaje blanco y húmedo por el líquido que le había arrebatado a su víctima.

Tuvimos que poner medidas. No quedaba otra alternativa. Así que colocamos una valla para niños de un metro veinte de altura separando las estancias. Como en la gran evasión urdió un plan en el que no habíamos caído. Nosotros como los celadores pasamos lista por la mañana cuando partíamos y por la noche cuando regresábamos hacíamos la ronda. Al principio todo parecía que iba bien, pero algún día la nevera se abría sin explicación… el perro seguía en la zona de alta seguridad, así que pensamos en un descuido por nuestra parte (¡Qué confiados!). La verdad se mostró más impactante. Un día regresé del trabajo mucho antes de lo esperado por el escapista y descubrí con estupor como Cimarrón estaba trepando por la verja con una habilidad pasmosa y a toda rapidez para evitar ser sorprendido. Tenía en casa un escalador nato, que cubría sus huellas lo mejor que podía, que no era poco. No podíamos poner puertas al ingenio así que quitamos todo y buscamos nuevos sistemas de contención. Reconozco que su persistencia, ingenio y habilidad superaron cada una de las pruebas y trampas que ideamos, sólo las llaves de una cerradura se le terminaron resistiendo.

Un animal muy especial. Son muchas las anécdotas pero me quedo con la de abordar el frigorífico y seleccionar de una bandeja el queso cabrales y de otra el pan de molde, llevárselo al comedor y tomarse toda la tarde para conseguir una tripa a punto de reventar. Evito entrar en detalles pero también tuvo días de atracones de calcetines, que se comió como pasta al dente y otras prendas varias poco glamurosas.

Era capaz de preparar trampas, urdía estrategias para robar comida, era frecuente que a la hora de sentarnos en la mesa apareciera con una prenda en su boca con la intención de que dejáramos los platos para emprender la persecución. Momento que aprovechaba para soltar la ropa y lanzarse sobre la comida, su presa.

Glotón y ansia aprendió modales fuera de casa

Como parte de nuestras vidas, era y será un miembro de la familia que nos acompañaba prácticamente a cualquier sitio, también a locales y restaurantes (siempre que estuviera permitido). Puedo decir que con buenos modales pues tan sólo nos indicaba su presencia con un leve movimiento de su patita y ante nuestra falta de atención se atrevía con un leve lamento apenas imperceptible para el resto de las mesas. Eso sí, si se trataba de una mesa con menos protocolo, es posible que alzara su cabeza para comprobar si había tapa o ración que mereciera la pena reclamar (adaptación perfecta al medio). Confieso que tal era la costumbre que en alguna ocasión he llegado a dejar caer un trozo de pan debajo de la mesa cuando Cimarrón no se encontraba presente, lo que son los hábitos.

Ya en los últimos tiempos, se permitía en las terrazas pedirnos que le recogiéramos en los brazos, yo no luchaba mucho con él no voy a negarlo, pues quería tenerle sobre mi pecho el mayor tiempo posible, acariciando su cabeza mientras notaba que su respiración se relajaba.

Se fue con una sonrisa. Sé que ha sido feliz, que ha tenido una vida plena y que no ha sufrido. Será parte de nosotros y sentiré que estoy en deuda con él por el cariño incondicional que me mostró aun siendo indomable. Sabía cuando no me encontraba bien y se mostraba cariñoso conmigo, también cuando tenía energías para jugar, entonces me gruñía, mordía y se lanzaba a reclamar su tiempo de diversión. No cuento las miles de historias que hemos vivido juntos, sólo os he narrado algunas relacionadas con la cocina.

«Un gran amigo. Un gran compañero. Le extrañaré mucho

Este artículo esta dedicado a Patxi y a Mariano a los que mando un grandísimo abrazo y que han sentido la pérdida como suya, han sido tan importantes en la vida de Cima, el guarrón, el peque,... como lo hemos sido nosotros. Gracias por estar ahí.
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