Aristeus antennatus es por derecho propio el marisco más cotizado de nuestro territorio. No baja de los 60 € y alcanza con frecuencia los 200 €. Sin desmerecer al percebe o al bogavante gallego.
Se trata de un producto apreciado por todos (expertos o no) y que es la máxima expresión de la gastronomía del mar Mediterráneo. Se diferencia de la gamba blanca por el tamaño, su intenso sabor y por el color.
El cambio de sexo de la gamba roja
¿Sabías que la gamba roja nace siempre siendo «macho»? y como algunos de sus primos los mariscos, cuando tienen los 2 ó 3 años, deciden el cambio de sexo y se convierten en hembras.
Gamba roja y gambón ¿hay diferencia?
Como en el caso de la gamba común puede llegar a alcanzar los 20 cm (quién las pillara). En este caso y aunque no lo parezca se les da el nombre de gambón, pero es la misma especie.
Se reproduce tres veces al año, pero no en otoño y pone la friolera de 20.000 huevos. La gamba roja cuida de sus huevos en la cabeza (donde también encontramos su corazón), mientras que la gamba blanca los porta en las patas.
No nos engañemos también se la conoce como la cucaracha del mar, con sus 10 patas, los ojos negros y saltones, no es precisamente hermosa, pero sobre la plancha es la reina de las fiestas.
El misterio de la gamba roja
Hasta ahora se desconocía la razón de su desaparición durante años, sólo Iker Jiménez se atrevía a dar argumentos exotéricos a tal hecho.
Pero la explicación es mucho más terrenal: aproximadamente cada 10 años el Mediterráneo sufre inviernos muy fríos, cuando el agua se enfría bruscamente se producen repentinas corrientes marinas que arrastran el agua hacia el fondo de los cañones marinos.
Llevándose con ella estos deliciosos crustáceos rojizos, en estos fondo se alimentan durante un periodo de tres años de engorde y sin apenas depredadores que sucumben a la presión.
Pasado este tiempo emergen preciosos ejemplares de altísima calidad culinaria. Esta parada biológica natural forzada garantiza la sostenibilidad de este marisco.
Nuestra recomendación es cocinarlas sin aditivos, con sal y sin aceite; o cocidas a ser posible en agua de mar.