Una genuina anécdota del mundo del vino

La mejor anécdota del mundo del vino olvidada en la historia. Todas las leyendas tiene un atisbo de realidad y todas las anécdotas a su vez mantienen un cortejo de exuberancia para amplificar en extremo los hechos, captando así la atención del lector. Este es para mí el mejor acontecimiento que he leído sobre los efectos del alcohol de uva. Juzgad cada cual si es merecedora de tal declaración o he caído en la exageración desmesurada.

Este artículo está basado en hechos reales. 
Cualquier parecido no es mera coincidencia. 
Sí, reconozco que los he novelado a mi antojo.

Para contar la mejor anécdota del mundo del vino hay que presentar primero a los protagonistas de esta historia.

Los personajes de la anécdota del mundo del vino

El impasible profesional

Ernest Verdie, copropietario junto a su hermano Charles de uno de los locales con más glamour de la historia de la gastronomía. Ubicado en los bellos bulevares de París mucho antes de la construcción de la emblemática Torre Eiffel.

En su interior albergaba una fastuosa bodega, nada desdeñable. Dicen que contaba con más de 30.000 botellas (hay quien asegura que eran 80.000) que atraían a la nobleza, empresarios, ricos y juerguistas (todos términos compatibles entre sí y exponenciales). Se distribuía en distintas plantas con referencias de todas las zonas productoras del viejo continente.

El hostigador incitador

Victor-Louis-Néstor Roqueplan, periodista, escritor y  director de la Ópera de París, por supuesto libertino, mujeriego y juerguista. Conocido por sus amistades como Néstor Roqueplan. Pasó a la historia de la cultura por la acumulación de deudas en su gestión pero con la habilidad innata y contemporánea de nunca alterar su creciente fortuna personal. Tenía las habilidades para ser todo un político de la actualidad.

El anónimo crápula

Un ciudadano francés del que se desconoce nombre, familia y condición. Pero sí el oficio, un financiero. Amante del dispendio y el exceso que caracterizó a esta profesión en la Belle Époque. Probablemente se trataba de Delahante, financiero francés que era asiduo de la Maison Dorée. Pero no existe seguridad sobre su persona.

El Noble «No hay güevos«

La mejor anécdota del mundo del vino olvidada en la historia

Como no podía ser de otra manera, un español en la trama. Don José María de Salamanca y Mayol o simplemente primer Marqués de Salamanca y primer Conde de los Llanos con Grandeza de España. Al que llamaremos «José de Salamanca» o «Pepe el charro». Puede que no te suene el nombre pero Madrid cuenta con un gran barrio señorial que firmó como constructor y por esta razón lleva su título. Parte de su diversión en los locales consistía en derramar la cera de las velas sobre los caros y opulentos vestidos de las damas. Después de reírse del hecho pagaba el daño con ingentes cantidades de dinero y así enmendar el agravio y los ánimos.

El resignado Chef

Casimir Moisson, gran cocinero francés conocido por la creación de platos como «el tournedo Rossini», diseñado especialmente para el compositor Rossini, el pato a la naranja estilo francés, el timbal Nantu… Un chef muy creativo pero poco dado a la escritura, ya que no dejó recetario alguno. Invitado de piedra, actor secundario, sólo contribuyó a la cena, preámbulo de los hechos.

El Escenario de La mejor anécdota del mundo del vino

El emblemático restaurante «Maison Dorée«, cuna de grandes platos, casa de grandes chef y referente de la cocina francesa. Originalmente se llamó el Restaurante de la Cité pero el lujoso diseño, con obras de grandes artistas en sus paredes, colosales espejos y decoración dorada en balcones y balaustradas le rebautizó como la «Casa dorada».

La noche de autos

El trío de la muerte había disfrutado de una agradable noche en la Ópera, posiblemente una armónica composición de Strauss y decidió terminar las últimas horas del día con un opulento banquete en un excelente restaurante de «la ciudad de la luz».

Conjurados con los placeres, ocultos en un reservado dieron rienda suelta a uno de los pecados capitales, la gula. Por supuesto también quisieron alcanzar la embriaguez gloriosa, tal vez épica.

¡Qué no se respire miseria!

Posiblemente disfrutaron del famoso foie trufado de becada o de la célebre «carpa al vino». Baco estuvo omnipresente en la mesa, si bien no se recuerda cuál fue el menú, sí sabemos que uno de los vinos que presidió el simposio fue un «Schloss Johannisberg«. Sirva de referencia que actualmente Schloss Johannisberg, Goldlack Trocken Beerenauslese 0,375 litros del 2003 supera los 350 €. Imaginad lo que pueden consumir tres expertos fajadores de alcohol en una velada como esta.

Pasaron las horas, con ellas las botellas, y posiblemente todas las fases conocidas de la beodez. Sí, la facilidad de palabra, esta dio paso a la obligada exaltación de la amistad. Por supuesto, entonarían La Marsellesa, pues el himno íbero no cuenta con letra, con un «NANONANONANI…» suplieron el ritmo. Seguro que el tuteo a la autoridad fue sustituido por los silbidos al camarero y la nobleza allí presente. No me cabe duda que los agravios a la Iglesia se hicieron públicos y por fin, llegaron al momento de máximo clímax.

Los hechos novelados

Sobre las cuatro de la madrugada según las crónicas, la excitación era tal que se desató la enajenación holística. Concluyeron en ese mismo instante que sus nombres deberían perdurar en la historia más que sus vidas. Estaban obligados a dejar un legado original. Sus apellidos serían recordados más allá de sus construcciones, títulos y dispendios. El español tomó la palabra y con determinación incitó al grupo.

Pepe el charro  (Balbuceando por el efecto de la bebida): – Tenemos que hacer algo único, memorable…. que se nos recuerde siempre.

Se produjo un prolongado silencio. Tensas miradas se cruzaron entre la liga de perjudicados. Esperando un halo de inspiración, un acto insólito, una locura inigualable. Tras tragos de cognac buscando la esquiva musa, por fin se rompió la calma con un golpe sobre la mesa, la vajilla tembló.

La esquizofrenia se apoderó del gabinete

Néstor Roqueplan (Se incorporó con la poca estabilidad que le permitía el licor que corría por sus venas) – ¡Quememos La «Maison Dorée»!

Todos en la mesa comprendieron la notoriedad de la propuesta, una chifladura genuina. Hacer cenizas el mejor restaurante de Francia, posiblemente del mundo, todo  por un capricho. Quizás no fuera glorioso pero sí asombroso. Sin duda era lo que buscaban y asintieron entre carcajadas.

No obstante, Pepe el charro era ducho con los números y quiso asegurarse de que tal acto no fuera a pasar factura a sus vidas, convertirse en leyenda no compensaría la ruina. Decidió hacer un estudio o control de daños. Con porte sereno se aventuró a llamar al Maître.

Pepe el charro (alzando la voz y girándose a la sala chistó al Maître): – ¡SSSSSShhh!, ¡Chaval!, haz venir al dueño de este antro, pues tengo asuntos que tratar con él.

Ernest Verdie (se acercó con modeles protocolarios a la mesa y espetó): – ¿Qué desea usía?.

Pepe el charro (con tono formal informó): – Hemos decidido reducir a cenizas el restaurante, ¿Cuánto sería la minuta?.

Ernest Verdie (tragando saliva): – Tenga en cuenta que es un edificio con varias plantas y está bien situado.

Verdie le faltaba el aire, respiró profundamente y se tomo un par de segundos para pensar. Calcular una cantidad lo suficientemente alta para que fuera rechazada por ser desorbitada. Volvió a dirigirse con sobrios modales al grupo y tomó una decisión sobre la cuantía que presuponía harto elevada.

Ernest Verdie:  – Entre dos y tres millones de francos, señores.

La minuta más cara por una cena, el vino aparte

«C´est dans nos prix«

Pepe el charro (no tardó en responder): – Está en precio.

Ante los ojos atónitos de Verdie quien contempló cómo el español agarraba con velocidad el candelabro que iluminaba la estancia y se dirigió a prender las cortinas que adornaban las paredes.

Ernest Verdie (pálido se apresuró a invitar a reflexionar al incendiario):  – Tenga en cuenta que la bodega es insustituible y como bien sabe Don Roqueplan, sería una estupidez perder este tesoro y morir de sed mañana.

La mejor anécdota del mundo del vino olvidada en la historia

Néstor Roqueplan (afirmando con la cabeza): – Estimado Pepe, lo que indica Ernest es verdad, sería una tragedia irreparable.  Pida a sus camareros que saquen todas las botellas a la calle para poder proceder con la ignición. ¿Cuánto tardarán?

Ernest Verdie (algo aliviado al conseguir cierta demora): – Teniendo en cuenta que son más de 30.000 botellas, que se hayan en la planta segunda y tercera calculo que no menos de 24 horas.

Pepe el charro : – Pues comience sin demora a desalojar la bodega, mañana prenderemos fuego al local.

Acabamos el diálogo y reposemos

Eran altas horas de la noche y el cansancio les invadía, comenzaba a romper el alba así que el trío decidió ir a sus alcobas y emplazarse al día siguiente para dar fe de sus palabras y arrasar el local. Todo ello mientras el servicio se afanaba en sacar las cajas a la calle para evitar la tragedia.

Como era de esperar a la mañana siguiente, con el efecto de una fuerte resaca y tras la desaparición del alcohol de su cuerpo ninguno de los tres personajes se acordaba de su pacto con la lumbre.

La mejor anécdota del mundo del vino olvidada en la historia

Los vinos regresaron a sus aposentos y la «Maison Dorée» sobrevivió para vivir tiempos mejores. Finalmente se cerró en 1902. El edificio se dividió en varias oficinas y tiendas.

Esta historia está basada en una publicación de la revista  que me hizo llegar mi buen amigo Álvaro. Todo un tesoro.

P.D.: Don José María de Salamanca y Mayol murió arruinado.

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La mejor anécdota del mundo del vino olvidada en la historia
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La mejor anécdota del mundo del vino olvidada en la historia, una cena que pude ser la más cara de la humanidad, bebida aparte. Los protagonistas, un par de financieros franceses y un noble español.
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La cocina de koketo
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8 comentarios en “La mejor anécdota del mundo del vino olvidada en la historia”

  1. Madre mía, toda la vida ha existido gente con demasiado tiempo libre y malas ideas… esta historia es prueba de ello. ¡Bravo por el dueño de la Maison Dorée y su inteligencia para detener a esos tipejos!.
    Y digo yo… si lo que querían era ver un espectáculo de pirotecnia… ¿por qué no se fueron a las Fallas?

    1. Seguro que con la tajada que tenían miraban al otro lado de la calle mientras se incendiaba el edificio. 😉 Ten una agradable mañana y gracias por tu comentario.

  2. Gracias por la anécdota tan bien contada…me tenias en ascuas (nunca mejor dicho)….parece narrado por mismísimo Roald Dahl 😉

    1. Jajajaja, gracias. Me siento alagado con la comparación, ¡Ya me gustaría ser como Roald Dahl! Me alegro que te haya gustado. Besos y ten una gran semana.

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