Tortillitas de camarones: historia, anécdotas y receta crujiente del pecado más gaditano.
No todo lo que cruje es oro, pero algunas cosas que crujen sí son patrimonio inmaterial de la humanidad. Las tortillitas de camarones, esas obleas doradas, finísimas, fragantes y adictivas, no sólo son una tapa. Son un manifiesto gastronómico de Cádiz, una declaración de principios fritos, y posiblemente el único plato que puede competir con el flamenco en cuanto a arte andaluz se refiere. Pero si hablamos de gastronomía, es junto atún rojo en cualquiera de sus elaboraciones, el bienmesabe, la urta a la roteña o el pescaíto frito el cielo de los paladares.
No hay feria, barra de taberna, ni caña bien tirada que no exija su compañía. Pero cuidado, no debemos confundirlas con sucedáneos gomosos o tortas reblandecidas que algunos osan freír con camarones congelados del Báltico. Aquí hemos venido a hablar de la auténtica, la que cruje como un abanico de viento de levante y que deja en el alma —y en los dedos— una pátina de felicidad salada.
Así que sírvete un fino, ponte cómodo, y vamos a repasar su historia, su mitología, su receta (sin secretos, pero con técnica) y algunas verdades que duelen: la tortillita de camarones no perdona chapuzas.

Índice
- ¿Qué son las tortillitas de camarones?
- Cuando el mar susurra desde el crujiente
- Cádiz vs San Fernando: la guerra fría del camarón
- Influencias extranjeras y viajes en harina
- El camarón: pequeño, rebelde y gaditano
- Curiosidades y anécdotas
- Lo que no es una tortillita de camarones
- Receta de tortillitas de camarones
- Consejos
¿Qué son las tortillitas de camarones?
Son frituras finas y crujientes, elaboradas con una masa fluida que lleva harina de trigo y garbanzo, agua, cebolleta, perejil y los auténticos protagonistas: los camarones. Pero no te emociones con las gambas peladas: el camarón andaluz es un microcrustáceo transparente de apenas unos milímetros, con bigote, patas y todo. Aquí no se pela nada. Se echa entero, con alegría.
La masa se fríe en aceite muy caliente formando discos delgados como una moneda de cinco duros (los más veteranos sabrán de qué hablamos) y el resultado ha de ser: crujiente, aireado, sin grasa ni humedad. Y con un sabor que mezcla mar, fritura celestial y nostalgia del sur.
Cuando el mar susurra desde el crujiente
La historia de las tortillitas de camarones es tan fina como ellas mismas, pero con muchos matices. Todo parece indicar que su origen es gaditano, concretamente de la Bahía de Cádiz, aunque hay debate entre dos localizaciones: Cádiz capital y San Fernando.
Cádiz vs San Fernando: la guerra fría del camarón
Ambas ciudades reclaman la paternidad del plato, y lo cierto es que hay evidencias de su preparación desde principios del siglo XX, aunque probablemente existieran versiones anteriores más rústicas, más gruesas o menos definidas.
En San Fernando, conocida como “La Isla”, hay documentos y testimonios que sitúan estas tortillitas en las tabernas y ventas de marineros. Allí, el camarón era abundante y barato, y la harina de garbanzo —influencia de la cocina sefardí y norteafricana— era moneda corriente en las casas pobres.
En Cádiz capital, por otro lado, se popularizaron como tapa de barra, y se perfeccionó la técnica hasta conseguir esa textura finísima que hoy se exige en cualquier fritura digna. La receta tal como la conocemos hoy, con harina de garbanzo y trigo, parece haber nacido entre los siglos XIX y XX, pero con claras influencias anteriores.

Influencias extranjeras y viajes en harina
Algunos investigadores apuntan a una influencia genovesa. Recordemos que en el siglo XVII hubo una fuerte presencia de comerciantes italianos en Cádiz, y que en Liguria preparaban una especie de “frittata di ceci” llamada farinata, hecha también con harina de garbanzo.
¿Casualidad? Tal vez. Pero la cocina se construye de préstamos, adaptaciones y hambre. Y Cádiz, con su apertura al mundo por mar, ha sido un crisol de recetas importadas y refinadas al sol andaluz.
El camarón: pequeño, rebelde y gaditano
Ahora bien, si hablamos de tortillitas y no mencionamos al camarón andaluz (Palaemon varians), apaga y vámonos. Este diminuto crustáceo es la verdadera alma del plato, el ingrediente sin el cual la tortillita no es más que una galleta frita con pretensiones.
Vive en marismas, esteros y zonas de agua salobre, hábitats delicados y cambiantes que se extienden por las costas de Cádiz y Huelva, auténticos viveros naturales de biodiversidad y tradición gastronómica.
No es un producto domesticable: el camarón no se cría en acuicultura, no se compra en macrogranjas vietnamitas, ni admite vuelos intercontinentales con hielo seco. Es de temporada, aparece y desaparece cuando le da la gana, y su captura requiere arte, paciencia y conocimiento del terreno. Un verdadero rebelde del estero, pequeño, translúcido y con más carácter que muchos langostinos de postín.
Curiosidades y anécdotas
Semana Santa y Carnaval: el crujir entre la saeta y la carcajada
Si hay dos momentos en el calendario gaditano en los que la tortillita de camarones alcanza categoría de bien de primera necesidad, son la Semana Santa y el Carnaval. En la primera, sirve de alivio mundano tras una larga estación de penitencia, cuando el incienso ya ha saturado los sentidos y el cuerpo pide una fritura redentora. En el segundo, es el salvavidas entre chirigota y chirigota, cuando el estómago no puede sobrevivir solo a base de carcajadas y rebujito. En ambos casos, la tortillita se convierte en el tentempié litúrgico gaditano, tan imprescindible como el capirote o el pito de caña. Su presencia es tan constante como el tambor, y su crujido, tan característico como un solo de caja en una madrugá.
San Fernando: tortillitas que huelen a dogma
En San Fernando, tierra de camarón y fervor culinario, la tortillita no es una receta: es una religión con sartén. Bares como Casa La Titi o La Gran Vía no despachan frituras, ofician sacramentos. El aceite se cambia con devoción pasmosa cada pocas raciones, siguiendo una liturgia no escrita pero sagrada. Nada de reutilizar grasas hasta el apocalipsis como si fueran reliquias: en La Isla, cada tortillita tiene derecho a nacer en aceite virgen, como marca el catecismo de la buena fritanga. Y si no sale crujiente y dorada como una aureola, se considera pecado venial. Avisados quedáis.
Patrimonio inmaterial: la fritura que quiere hacerse leyenda
En 2021, la tortillita de camarones estuvo a punto de recibir el reconocimiento que lleva siglos ganándose con cada crujido: su inclusión en el Inventario del Patrimonio Cultural Inmaterial de Andalucía. Una propuesta formal que buscaba blindar esta joya de la fritura contra el olvido, el turismo mal entendido y las recetas “reinterpretadas” por chefs sin frontera ni vergüenza. Aún no se ha oficializado —ya se sabe que los caminos administrativos son más lentos que freír en aceite frío—, pero todo apunta a que la tortillita, más temprano que tarde, acabará colgada en el salón de la fama culinaria andaluza, donde hace tiempo tiene reservado el sitio. Y si no lo hacen, habrá que montar una procesión con chirigota incluida para reclamar justicia.
Ángel León y la revolución del camarón con plancton
Cuando uno piensa que ya no se puede reinventar la tortillita, aparece Ángel León, el chef gaditano de las profundidades, el alquimista del mar, y decide que la fritura del estero puede llevar plancton en lugar de camarones. Sí, has leído bien: plancton (se lo pone a casi todo), ese oro verde invisible que flota por los océanos y que León ha logrado transformar en ingrediente con estrella (Michelín, por supuesto).
Su versión no pretende sustituir a la original, sino reinterpretarla con el respeto de quien conoce el mar como si fuese su jardín. Lo que en manos ajenas sería una herejía, en las suyas es una revolución verde-marisma: sabor a mar puro, sin patas ni antenas, pero con todo el duende del litoral gaditano. ¿El resultado? Una tortillita del futuro que dialoga con el pasado sin gritarle.

Lo que no es una tortillita de camarones
- No lleva huevo.
- Tampo incorpora levadura.
- No es gruesa, cuanto más fina mejor
- No admite camarón congelado con escarcha de Dubái.
Receta de tortillitas de camarones
Vamos al lío. Os dejamos aquí nuestra versión. Porque sí, en Koketo también nos atrevemos con el arte del sur, y con todo el respeto que merece, pero sin miedo al aceite.
Ingredientes (para 4 personas)
- 150 g de harina de garbanzo
- 100 g de harina de trigo
- 300 ml de agua fría (si es con gas, mejor)
- Una cebolla grande (con tallo verde)
- 150 g de camarones crudos
- Una cucharada de perejil fresco picado
- Aceite de oliva virgen extra suave (abundante para freír)
- Sal al gusto
Preparación, sin lloros ni atajos
- Picamos finamente la cebolleta y el perejil. Nada de batidora ni robots. A cuchillo y con ritmo flamenco.
- En un bol grande, mezclamos las harinas y añadimos el agua poco a poco, removiendo con varilla hasta obtener una masa líquida pero no acuosa. Textura de yogur bebible.
- Añadimos la cebolleta, el perejil, la sal y los camarones enteros y crudos. Removemos con mimo. Dejamos reposar 15 minutos, lo justo para que el alma de la masa despierte.
- En una sartén amplia, calentamos abundante aceite. Cuando esté bien caliente (180 °C), vamos echando cucharadas de la masa, extendiéndolas con el dorso para que queden muy finas.
- Freímos hasta que estén doradas y crujientes por ambos lados. Ojo: no más de 90 segundos por lado.
- Escurrimos sobre papel absorbente y servimos de inmediato. Nada de tortillitas templadas o de microondas. Eso es crimen culinario.
Consejos para tortillitas de lujo
- Si no tienes camarones… espera a tenerlos. No se sustituyen.
- El truco está en el grosor: cuanto más fina, más cruje.
- Agua con gas = burbujas = ligereza.
- No saturar la sartén: si haces 5 a la vez, adiós crujiente.
- El aceite siempre limpio y caliente.
- Siempre cocina con una copita de vino al alcance.
- El tamaño ideal: palma de la mano. Nada de platos frisbee.
Las tortillitas de camarones son más que una tapa. Son una expresión culinaria de identidad, una forma de entender el mar desde la orilla, una técnica que exige cariño, ingredientes dignos y un oído fino para saber cuándo están listas (porque las tortillitas hablan, crujen, gritan cuando están perfectas).
No se pueden hacer con prisas ni con atajos. No se pueden congelar ni recalentar. Y por supuesto, no se pueden banalizar.
Así que la próxima vez que alguien te diga “tengo una receta de tortillitas de camarones pero con langostinos y cebolla pochada al microondas”, huye. O mejor aún, invítale a tu casa y enséñale cómo se hace de verdad.
Porque en esta vida hay muchas cosas negociables, pero el crujiente de Cádiz, no.





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